El deber
Queridos estudiantes:
En estos tiempos políticos difíciles estáis experimentando que el ejercicio de la democracia y de su aplicación se realiza más bien con parsimonia y de modo parcial. Habéis descubierto, sin duda, que el bello modelo de los manuales de Secundaria no se corresponde en nada a lo que estáis viviendo en estos momentos. Ante vuestra legítima indignación, descubrís que la mala fe, la corrupción y la mentira de la clase política no os permiten ser ciudadanos romanos ejemplares, entonces gritáis y removéis el centro de la ciudad para que os oigan.
Os dicen que seáis pacíficos, y es un buen consejo. Un muy buen consejo, incluso, porque no dais la talla frente a los robots del SPVM (policía de Montreal) y sus acólitos un poco menos en forma del SQ (policía provincial de Québec). Ellos están entrenados, están armados y, más importantes todavía, mucho más importante, los empuja un fervor profesional a toda prueba que se alimenta así mismo con la seguridad de hacer lo que debe hacerse, de hacer algo legal, de ser defensores inveterados de la ley.
Muchos ejemplos en los últimos años lo prueban, y si la memoria mediática olvida, la mía guarda muy frescos los recuerdos de la Cumbre de las Américas de abril de 2001 en Québec, donde los arrestos ilegales, las irregularidades de todo tipo, el uso (muy) excesivo de la fuerza, el atentado a los derechos fundamentales, el atentado al pudor (¿quién no se acuerda de las duchas de descontaminación en medio de la calle?) y otras escandalosas demostraciones de brutalidad policial eran incontables. Yo tenía entonces 18 años en aquella época, estaba en el cégep (final de la secundaria), estaba en la calle como street medic (voluntario en atención sanitaria durante lasprotestas) y he comprendido, en el transcurso de esos tres días de enfrentamientos espantosos y surrealistas, que las vías políticas usuales ya no funcionan y que la ley es un algo muy extraño que no obedece al sentido común, sino más bien a quienes están en el poder.
Bestia liberal de dos cabezas
Os dicen que respetéis la ley, que estéis tranquilos, que os manifestéis en silencio después de vuestras clases y al final de la semana, después de haber estudiado y después, muy a menudo, de vuestra jornada de trabajo. Para que vosotros aceptarais esto, tendríais que tener la seguridad de que vuestro gobierno, aquel que os pide que os calméis, esté preparado para escucharos cuando le decís que una de sus decisiones no es posiblemente la mejor. La bestial liberal de dos cabezas se hace la sorda desde hace meses. ¿Por qué escucharles, a esos Jean Charest y Line Beauchamp, si no se toman en serio 200.000 personas en la calle? ¿Por qué los estudiantes, los profesores y los sindicatos deberían respetar la ley al pie de la letra si el gobierno hace lo que se le antoja con la democracia? ¿Por qué obedecer las órdenes de los policías que declaran ilegal a su antojo una manifestación pacífica, simplemente por la mala suerte de encontrarse demasiado cerca del lugar donde el emperador liberal se burla de los estudiantes y desprecia a los ciudadanos (expertos, profesores, personalidades políticas importantes, etc.) que podrían proponer soluciones? ¿Es que nos gustan finalmente las leyes y medidas de guerra? ¿Cómo podemos evitar los desbordamientos de violencia muy anecdóticos de la parte de los estudiantes, mientras que en todo momento los poderes político, policial y judicial ridiculizan los derechos y las libertades de estos? Yo no puedo estar contra la virtud y me gustaría verdaderamente que todo se pasara de buenas maneras como en el jardín de infancia, y que hablemos con las palabras y no con los puños, pero los manifestantes, retomando las palabras de un periodista de la radio de Estado, “no tienen el monopolio de la violencia”. Estamos verdaderamente lejos de este punto. Pedir a los manifestantes, que son a menudo golpeados por nada, ser pacíficos, es como pedir al ratoncito que se esté quieto entre los dientes del león.
Os dicen que pedís demasiado, que no sois realistas. Pero, ¿quién os dice eso, sino los mismos que se han beneficiado de este modelo escolar en su momento y que ahora, necesitan cuidados médicos que representan gastos astronómicos y reciben bonitos programas sociales que ya no estarán cuando nos toque a nosotros? ¿Se atreven a deciros que es el momento de que os sacrifiquéis? ¿Y ellos?, ¿cuándo lo harán vosotros? ¿Antes o después de la ruina de la caja de la Seguridad Social? ¿Antes o después de su jubilación a los 65 años porque han nacido antes de 1958? ¿Antes o después de la venta de sus bienes inmobiliarios que, a menudo, han heredado y que hoy valen diez veces más que entonces? Es el colmo de la avaricia, en mi opinión, negar a las generaciones siguientes aquello de lo que hemos disfrutado nosotros para poder continuar disfrutándolo hasta el final de los finales.
La manta del bienestar financiero
Os dan de beber reprimendas, consejos, y os tratan como a niños descerebrados. Es a vosotros a quien corresponde tratar a estos arribistas como viejos que se cobijan en la manta de su bienestar financiero y que no quieren en ningún caso que nadie toque su comida blandita o que nadie mueva un mueble; no quieren que nadie mantenga con nuevas ideas sus espíritus seniles. Imbuidos de inmovilismo político e impotentes de avaricia, son incapaces de comprender nada. Os dicen cosas bonitas, os dicen cómo hacer, cómo pensar, cómo ser invisibles. Sin embargo, ha llegado el momento de decir algo y lo estáis demostrando de la mejor de las maneras después de dos meses de huelga y a ellos les toca escuchar.
Me vais a permitir, queridos estudiantes, deciros, humildemente, una sola cosa: no paréis de dar vuestra opinión, vuestras ideas; no paréis jamás de ser activos, de estar indignados, de estar vivos: vosotros sois la energía del ahora y del mañana, vosotros sois lo que me motiva a participar en las manifestaciones, a mantener alta mi pancarta, a cantar los lemas y a sostener vuestra causa lo mejor que puedo. Empujadme por la espalda si quiero retroceder a mi casa a beber vino al abrigo de Martineau, gritadme en las orejas cuando quiera dormir y obligadme a considerar vuestras opiniones. Os veo en la calle, os escucho, os hablo, me manifiesto con vosotros y me siento orgulloso, impresionado y extrañamente confiado en el futuro, porque yo sé que no sois los niños malcriados y egoístas que pintan los medios de comunicación: vosotros lucháis por un mundo mejor, por una sociedad más solidaria y no tenéis que pedir perdón por las molestias. Estáis cumpliendo con vuestro deber de ciudadanos que, por el bien de la sociedad, denuncian lo que creen que es nefasto para esta. No escuchéis a esos idiotas moralistas que se acuestan sobre una inercia política e ideológica lamentable y que penan, cuando lo hacen, votando cada cuatro años.
Es vuestro deber expresaros y también vuestro derecho. Si el gobierno no quiere ni siquiera oíros, hablad más fuerte. No abandonéis la lucha, porque es una gran lucha. Nos vemos en clase, pero más tarde, cuando hayáis ganado.
PHILIPPE RIOUX, Profesor de Literatura en el collège (Bachillerato) Ahuntsic